Yo crecí en Menomonee Falls, Wisconsin… Linda en St. Paul Minnesota. Nos conocimos en River Falls, Wisconsin. Yo estudiaba mi universidad… Linda estaba visitando a una amiga. Ahí nos casamos en marzo de 1970.
Llegamos a conocer al Señor Jesucristo como nuestro Salvador en el verano de 1972. Sucedió así…
Habíamos comprado una granja a unos 20 km. de Merrill, Wisconsin. Era de 32 hectáreas… contaba con una casota, un establo, un granero y un tractor… todo en estado de abandono.
Pero ahí veíamos nuestro futuro… soñábamos con volver a la tierra… una granja orgánica… la libertad de la auto-suficiencia… una comunidad pequeña con otros que compartieran nuestra visión… y sobretodo, una medida de paz interna que siempre nos eludía.
La década de los 60 nos había impactado mucho. Ambos éramos amantes de la lectura: la literatura clásica, los autores rusos, la filosofía, la poesía contemporánea, el misticismo tibetano, y el budismo zen — particularmente los autores D.T. Suzuki y Alan Watts. Durante ese invierno nos turnábamos, leyendo en voz alta hasta terminar “Dr. Zhivago” por Boris Pasternak. Empataban muy bien nuestras lecturas con las nevadas exageradas y temperaturas heladísimas al otro lado de la ventana.
Mientras más me aplicaba, más insidiosa era la sensación de desesperanza que me sobrevenía. Me fui dando cuenta que era completamente incapaz de alcanzar la armonía con Dios… con la verdad… o conmigo mismo. Examinaba unos escritos de la La Fe Baháʼí que me regaló un amigo. Hasta intenté leer la Biblia, lo cual me resultó tan provechoso como descifrar un jeroglífico Maya.
Al final de ese invierno, empezamos a invertir en el ganado para nuestra granja. Compramos una cabra… un buen paquete que incluía dos cabritos y una porción diaria de leche. El que nos los vendía era un seguidor de Jesucristo… pastor de un rebaño. Precio total: $25.00 US. Para ese entonces yo trabajaba en la fábrica de zapatos en el pueblo. Quedamos en llevarle $5.00 cada día de pago hasta saldar la cuenta.
Pues… adivina de qué nos hablaba en cada visita, aunque nunca se imponía. Eramos muy generosos con nuestras preguntas y objeciones también.
Poco a poco nos iba ganando el testimonio sencillo de lo que Dios hizo por nosotros mediante el sacrificio del Hijo Jesucristo en la cruz del Calvario. Todo lo que estaba mal en nosotros se definía con una sola palabra: pecado. Todo lo que nos hacía falta se encontraba en una sola persona: el Señor Jesucristo. No pasó mucho tiempo hasta que abrimos nuestros corazones a este mensaje y le entregamos a él nuestras vidas.
Ese verano terminó siendo nuestro momento decisivo. Se nos hizo evidente lo equivocado que habíamos estado. Deificar el “yo” en nuestra búsqueda de una vida que tuviera sentido, era una postura insostenible. El verdadero significado para la vida nunca nos llegará por medio de esforzarnos… y menos por intentar vaciarnos. Nos llegará por recibir lo que falta. Al recibir a Cristo, el vacío interno se nos llenó.
Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad. (Colosenses 2:9-10 RVR60)
¿Cómo es que solamente en Jesucristo podemos estar llenos y completos?
El es la única puerta al reino de Dios porque solo él es capaz de serla. El es Dios el Hijo… co-eterno con el Padre y el Espíritu… tan Dios como el Padre y el Espíritu. Su sacrificio en la cruz fue singular... auténticamente vicario. Sí… murió porque “de tal manera nos amó.” (Juan 3:16). Pero, nos beneficia lo que hizo porque su sacrificio fue la paga directa y completa por nuestro pecado.
Y esto no salió de la nada. Fue el cumplimiento de profecías antiguas grabadas en el Antiguo Testamento… tal como esta que declaró el profeta Isaías casi 8 siglos antes de los hechos:
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él…Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. (Isaías 53:5-6 RVR60)
Las propias palabras de Jesús le atrajeron odio y burla. Insistía en que él mismo era Dios.
Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6 RVR60)
«Yo soy el camino»… ¿Los delirios de un lunático? ¿Las mentiras de un charlatán? O, ¿Dios encarnado proclamando una verdad absoluta? Jesús es Dios o es un don nadie. Término medio no hay… otra opción no hay.
En el Nuevo Testamento, el Apóstol Pedro declara:
Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. (1 Pedro 3:18 RVR60)
Nadie más pudo haber hecho eso. Además, no hace falta que se repita el trabajo. No hay cómo mejorar la perfección — un sacrificio, una sola vez, y por todos.
Mediante su sacrificio por ti y por mi contamos con… la oferta de perdón… la esperanza de una vida que valga la pena…. y la certeza de estar con Dios para siempre.
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. (Juan 10:27-28 RVR60)
Hazte la misma pregunta que tanto le molestaba a Poncio Pilato. En toda tu vida, no te harás ninguna pregunta más importante… de tu respuesta dependerá tu futuro y tu eternidad.
Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo? (Mateo 27:22 RVR60)
El Apóstol Juan declara:
El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. (Juan 3:18 RVR60)
A estas alturas, me queda aun más claro que la decisión que tomamos ahí en la granja fue la más importante… y la más impactante en nuestras vidas. Pues resultó en un cambio radical para nuestro futuro… ¿ir a otros países en plan de compartir este mismo mensaje… invertir en otros que sintieran ese llamado del Espíritu… y ver formarse grupos de creyentes dignos de llamarse iglesias? Pasamos por muchas experiencias y dificultades... aprendimos un chorro. Pero no me queda ningún remordimiento sobre esa decisión inicial de entregarnos a Cristo… y de abrazar literal y personalmente su llamado de ir y hacer discípulos a todas las naciones.
¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (Romanos 10:15 RVR60)
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