“Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo.” (Colosenses 4:5 RVR1960)
Nuestras sobremesas deberían ser de lo más inclusivo posible. Por eso digo: Yo soy de “los de afuera”… Y me tienes que recibir.
A todos nos gustan las sobremesas con nuestra gente. Nos relajamos, bajamos la guardia, y nos sentimos en confianza… el café (negro y cargado, por favor), los alimentos, una plática animada… ¿Qué parte de todo eso nos cae mal?
Sin embargo, si deseamos ser una presencia cristiana eficaz en el mundo real, conviene evaluar nuestras debilidades. Por ahora, pensemos en lo que sucede cuando no resistimos la tentación de tocar temas particulares de nuestra familia espiritual… y en un lenguaje que excluye a los que poco saben de lo nuestro. Si tan solo una persona en la mesa no es creyente, evitaremos pláticas muy propias de nosotros, para que “él de afuera” no se sienta más afuera.
Nos percibo de repente poco considerados, un poco ensimismados… tanto que al ocupar el tiempo en nuestra hermosa palabrería, desperdiciamos la oportunidad que Dios nos daba para incluir a alguien “de afuera” en nuestro círculo.
Además, nuestra presencia en la sobremesa debería ser para algo mayor que impresionar a los demás con nuestro conocimiento de la Biblia. El resultado no será el que Dios quiere. Los de afuera van a reaccionar con:
“¿De qué diablos están hablando?”
“¿Esta gente se cree más cerca de Dios que yo?”
“¿Soy menos que ellos?”
¿Quién quiere hacerse amigo de alguien que les hace sentirse inferior?
A veces nos encontramos solos en un grupo de no creyentes. Puede ser difícil participar en la plática de una manera significativa. Al mismo tiempo, puede ser más fácil evitar ser la causa de alguna ofensa. En cambio, un núcleo de discípulos maduros en la presencia de tan solo uno en la mesa que no sea creyente puede ser la causa de que “el de afuera” tenga una experiencia positiva.
Es desagradable ser uno de afuera. Yo soy de los de afuera. Siempre lo he sido. Actualmente, soy un misionero veterano. De repente, me ven como un ancianito canoso, vestido de andrajos, apoyado en mi muleta, y con un pañuelo manchado de sangre atado a la cabeza. La gente—incluso la cristiana—no sabe qué decir cuando les cuento qué hacía durante más de 40 años fuera de mi país. Reaccionan con “Wow, qué interesante”… para luego retomar el tema del deporte… o de los coches… o de la política… o del clima.
Y, si te enteraras de todas las cosas que me hacen “Greg”, dirías: “Eres más raro de lo que me imaginaba.” Pero no importa qué tan raro sea ni en cuántas maneras te caiga mal. Hay una exhortación bíblica para ti respecto a la gente como yo:
“Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo. Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno.” (Colosenses 4:5-6 RVR1960)
¿Ya ves? Ahí está en la Biblia:
Yo soy de los de afuera… Y, me tienes que tratar bien.
Yo tengo mucho contacto con los de afuera… Y, los tengo que tratar bien.
Requiere tiempo para contar con un par de discípulos que piensen primero en los de afuera que nos estén acompañando.
Requiere paciencia para cultivar un ambiente en el que se sobreentienda que la presencia de uno de afuera implicará un cambio de táctica en la sobremesa. Dejemos a un lado nuestra jerga cristiana. En su lugar compartamos testimonios de cómo nos halló Jesús… de cómo nos ha cambiado… y de lo seguro que estamos de nuestro destino eterno. Y, no harán falta muchos besos y abrazos.
Ante un cristianismo cada vez más dormido, nos veremos un poco radicales. Pero, ante los de afuera, nos veremos atractivos y acogedores.
Sobremesa: ha de ser una de las cosas más inclusivas que hacemos. Hay gozo en el cielo cuando un pecador se arrepiente. (Lucas 15:7) Hay gozo entre nosotros cuando uno de afuera se vuelve uno de nosotros.